“Elegía en la ruta de los sueños truncos”: un poema misionero que abraza el dolor colectivo
Entrevista | Julio Manuel Benítez, profesor y escritor oriundo de Montecarlo
La tragedia ocurrida el pasado domingo sobre la Ruta Nacional 14, en la zona de Campo Viera, sigue estremeciendo a Misiones y al país entero. La pérdida de nueve vidas —siete de ellas jóvenes estudiantes universitarios— dejó un vacío profundo en comunidades enteras y un eco de dolor que aún resuena en toda la provincia.
Entre quienes sintieron ese golpe con particular cercanía se encuentra Julio Manuel Benítez, profesor de Letras oriundo de Montecarlo y radicado en Jardín América, que decidió transformar su conmoción en palabras. Su texto, “Elegía en la ruta de los sueños truncos”, nació como un poema y luego se convirtió en canción, viralizándose rápidamente en redes y emisoras locales.
“Me sentí muy identificado con esos jóvenes”
En diálogo con Pepe Levy para el programa Audiodinámica por Radio El Pueblo 102.9, Julio relató cómo surgió la inspiración de su homenaje:
“Me sentí muy identificado con esos chicos. Yo también fui estudiante universitario en Posadas, y recuerdo lo que significaba viajar desde Montecarlo, el sacrificio, el desarraigo, los sueños cargados en una mochila. Por eso sentí la necesidad de escribir algo que los abrace desde la palabra.”
Docente egresado de la Facultad de Humanidades de la UNaM, Benítez explicó que la poesía fue su primera herramienta para procesar la tragedia:
“Escribí desde el dolor, desde ese lugar de impotencia y empatía. Y luego, con ayuda de la tecnología, transformé el poema en una canción. Puse la letra en una aplicación, seleccioné instrumentos, estilo… y nació esta versión que ahora circula. Fue mi manera de rendirles homenaje.”
“La catorce, esa serpiente de asfalto y cansancio”
Durante la entrevista, el profesor compartió el texto de su conmovedora “Elegía en la ruta de los sueños truncos”, cuyos versos estremecieron a la audiencia:
“No hay ruta que no guarde un secreto.
La catorce, esa serpiente de asfalto y cansancio,
amaneció con nueve silencios dormidos sobre el pasto.
Siete eran jóvenes universitarios
que aún aprendían a pronunciar la palabra futuro.
(…)
¿Quién le explica a una madre que el camino a veces muerde?
¿Quién le dice al compañero de banco que ya no habrá risas en el colectivo?
(…)
El arroyo Yazá sigue su curso, como sigue la vida, torpe, obstinada, necesaria.
Y uno se pregunta si no habrá en ese fluir una forma de decirnos
que todo lo que amamos regresa de algún modo.”
Los versos, cargados de simbolismo y de ternura, fueron leídos por su autor al aire antes de escucharse la canción, cuya voz generada digitalmente le dio una nueva dimensión a la obra.
“Que el río los lleve sin prisa”
La canción —que combina el tono de una milonga suave con un lamento esperanzado— repite imágenes que ya forman parte del sentir colectivo:
“Ay, Campo Viera, tierra mojada,
¿por qué te los llevó la madrugada?
Si apenas estaban, si apenas crecían,
si eran luciérnagas todavía.”
“Que el río los lleve sin prisa,
que la selva los vuelva canción,
que el eco de su juventud
viva en cada paso del corazón.”
Palabras que consuelan
Benítez, visiblemente emocionado, expresó su deseo de que la obra llegue a las familias de las víctimas:
“Espero que estas palabras, con todo respeto, puedan llegar a ellos. No para aliviar el dolor —porque eso es imposible—, sino para acompañarlo desde el amor y la memoria.”
La literatura como refugio y resistencia
“Elegía en la ruta de los sueños truncos” es mucho más que un poema. Es la expresión de una provincia que llora, pero también abraza. De un docente que encuentra en la palabra el modo de resistir la injusticia del destino.
Porque, como dice Julio en uno de sus versos finales,
“si algo sabemos en Misiones, es que la muerte no alcanza para callar la vida.”
Elegia de los sueños truncos
No hay ruta que no guarde un secreto.
La 14, esa serpiente de asfalto y cansancio,
amaneció con nueve silencios dormidos sobre el pasto.
Siete eran jóvenes,
universitarios que aún aprendían a pronunciar la palabra futuro.
La madrugada se los llevó como quien apaga una canción
cuando más fuerte sonaba el estribillo.
El Yazá —arroyo testigo—
murmura todavía sus nombres,
los nombra con la lengua del agua,
con esa dulzura que sólo tiene lo que se pierde para siempre.
Eran hijos de esta tierra colorada,
de padres que madrugan y de sueños con barro en las uñas.
Llevaban en las mochilas un mapa del mañana,
una promesa escrita en tinta joven,
y un fuego que no llegó a volverse profesión.
Hoy, el monte entero los busca:
las cigarras se callan un instante,
los lapachos no florecen,
y los perros del pueblo miran hacia el sur,
como si esperaran su regreso.
¿Quién le explica a una madre que el camino, a veces, muerde?
¿Quién le dice al compañero de banco
que ya no habrá risas en el colectivo,
ni mate compartido antes del examen?
Hay duelos que no se entienden:
se respiran, se mastican, se lloran en voz baja.
Pero también hay nombres que no desaparecen.
Gabriela, Katia, Magalí, Ángelo, Enzo, Jonás, Elian, Brian…
se quedan suspendidos,
entre la luz de los faros y el primer canto del gallo.
No partieron, del todo.
Están en el eco del aula,
en el banco vacío que se niega a ser olvido,
en la lágrima que alguien disimula mirando al suelo.
El arroyo Yazá sigue su curso,
como sigue la vida: torpe, obstinada, necesaria.
Y uno se pregunta si no habrá en ese fluir
una respuesta secreta,
una forma de decirnos que todo lo que amamos
regresa, de algún modo.
Que los que se fueron, vuelven con la lluvia,
en la voz del viento que atraviesa el túnel verde,
en el mate que alguien ofrece sin hablar,
en la esperanza que insiste, aun rota,
en seguir siendo esperanza.
Que así sea.
Porque si algo sabemos en Misiones,
es que la muerte no alcanza para callar la vida.
Julio Manuel Benítez






Genial lo de Julio, compañero del Taller Literario «Palabra que camina», donde participa en forma virtual. Gracias por difundirlo