Nuestros estudiantes no son vándalos
Durante un mes, los estudiantes de Montecarlo fueron protagonistas de una fiesta ejemplar. La estudiantina mostró creatividad, trabajo colectivo, compromiso y entusiasmo juvenil en cada mural, carroza y competencia. Incluso la policía destacó el comportamiento respetuoso y ordenado de los jóvenes a lo largo de toda la celebración.
Sin embargo, un episodio puntual de desubicación —un grupo de chicos que, en el fervor del festejo, cargaron al establecimiento rival— alcanzó para que en redes sociales se hablara de “vandalismo”. Esa exageración no solo distorsiona los hechos, sino que desmerece el esfuerzo de cientos de adolescentes que hicieron de la estudiantina una experiencia inolvidable. No hubo destrozos, no hubo denuncias policiales: lo que sí hubo fue un exceso juvenil, tan viejo como las competencias mismas.
Confundir intolerancia con vandalismo es un error. En el deporte pasa a menudo: los roces dentro de la cancha no definen la conducta fuera de ella. Los jóvenes, todavía en proceso de aprendizaje, también se equivocan. Pero de ahí a señalar con términos tan graves hay un salto que no ayuda ni a ellos ni a la comunidad.
La intolerancia debe corregirse, no justificarse. Pero tampoco debe sobredimensionarse. Lo verdaderamente importante es que más del 90% de lo que hicieron los estudiantes fue digno de aplauso: organización, creatividad, convivencia, alegría. No empañemos esa tarea buscando “la quinta pata al gato” o proyectando prejuicios adultos sobre una juventud que, lejos de la política partidaria, solo quiso competir y disfrutar.
La estudiantina fue, en esencia, un ejemplo de participación y compromiso. Señalar con dureza un exceso aislado es injusto con quienes durante un mes entero demostraron que la juventud puede organizarse, expresarse y celebrar sin perder de vista el respeto. No fue vandalismo: fue un error menor en una fiesta mayor. Y la mirada adulta debería tener la madurez de reconocer la diferencia.
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