Baño de realidad
Editorial | Pepe Levy
La sesión preparatoria del Honorable Concejo Deliberante de Montecarlo dejó una fotografía clara del momento político local: una institucionalidad que funciona, pero que todavía interpela a determinados sectores cuando deben ajustarse a las reglas básicas de la convivencia democrática.
En un recinto reducido —insuficiente para albergar a todos los vecinos que quisieron acompañar el acto— asumieron formalmente Graciela Oliveira, Pablo Acosta y, por primera vez, la concejal Buckmayer, electa por el voto directo de la comunidad. El acto se desarrolló con sobriedad, orden y respeto institucional. No hubo desbordes ni escándalos. Sí, en cambio, quedaron expuestas tensiones que ya se manifestaban en los días previos.
En ese marco, trascendió que desde un sector político-gremial se habrían realizado gestiones destinadas a cuestionar o frenar la asunción de una concejal electa, a partir de publicaciones antiguas en redes sociales. Más allá de las interpretaciones, lo concreto es que no existía —ni existe— un elemento jurídico que justifique impedir una asunción legítimamente respaldada por el voto popular. Cuando no hay causales legales, lo que corresponde es garantizar el normal funcionamiento de las instituciones.
Este episodio también dejó al descubierto una doble vara preocupante. Sectores que levantan señalamientos con firmeza hacia adentro, pero que relativizan o silencian conductas cuando los excesos provienen de sus propios espacios. No es un dato menor que, dentro de esos mismos ámbitos, hayan existido dirigentes que participaron como “veedores” en procesos electorales de regímenes que nada tienen que ver con estándares democráticos. Allí no hubo escándalo ni indignación pública.
Ese fue el primer “baño de realidad”: la democracia no se administra por afinidades o presiones, sino por normas, procedimientos y respeto a la voluntad ciudadana.
Un segundo “baño de realidad” se reflejó en el proceso interno de conformación de las autoridades del cuerpo. Las aspiraciones personales no sustituyen a las reglas del sistema. Los cargos de conducción no se asignan por el solo hecho de haber obtenido una banca, sino a través de acuerdos políticos y mayorías construidas dentro del recinto.
En ese proceso, quedaron definidas con claridad las nuevas autoridades: Graciela Oliveira continuará al frente de la presidencia del Concejo Deliberante, Pablo Acosta fue designado vicepresidente primero y Raúl Radke como vicepresidente segundo. La decisión se tomó mediante los mecanismos formales previstos: moción, tratamiento y votación.
Lejos de un escenario de crisis, la sesión dejó una enseñanza institucional saludable: cuando las reglas se respetan, la democracia funciona. Pueden existir diferencias, tensiones o incomodidades, pero lo central es que el sistema responde conforme al marco legal y político vigente.
Montecarlo cuenta ya con un Concejo Deliberante plenamente conformado. El desafío que se abre, tanto para oficialismo como para oposición, no será imponer posiciones, sino estar a la altura de la responsabilidad que surge del mandato ciudadano.
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